MAR DE FONDO

Mar de fondo: Oleaje que se propaga fuera de la zona donde se ha generado, pudiendo llegar a lugares muy alejados. Este estado de la mar no está relacionado con el viento presente, aunque su causa es el viento que ha soplado en otro área distinta. Su aspecto es regular. La longitud de la onda es muy superior a su altura, presentando crestas redondeadas que no rompen nunca en alta mar. La altura de las olas es sensiblemente igual y su perfil tiende hacia la forma sinusoidal.

El 20-02-2020 me pareció una fecha especial para comenzar una novela distópica que tenía en mente desde hacía tiempo Pero ese día anduve muy liada y no pude sentarme a escribir hasta casi media noche. De forma apresurada improvisé unas líneas para invocar una vez más a la suerte que bendice el número 20 en mi vida y ahí las dejé, perdidas en una libreta. Hasta hoy.

“Hacía varios años que la vida tal como la conocíamos tenía los días contados. No queríamos verlo. Cerrábamos los ojos, nos afanábamos en no mirar al futuro, un espejismo lejano y de ciencia ficción.

Sólo unos pocos sabían que estábamos en tiempo de descuento y manejaban los hilos invisibles de nuestra insignificante existencia…Y nosotros ni siquiera lo sospechábamos: vivíamos en una especie de Show de Truman colectivo, creyéndonos dueños de nuestro propio destino…”

Da miedo releerlo. La realidad, una vez más, ha superado a la ficción. 

Hace mucho tiempo que andaba pensando que el mundo estaba al revés. Que llegaría un momento en que todo volaría por los aires porque vivíamos en un bucle que cada vez daba más vueltas que no llevaban a ninguna parte. Nos creíamos omnipotentes, omnipresentes, omniscientes, omnímodos…Conocedores de todas las respuestas, libérrimos, inmortales, superhombres y supermujeres incansables a los que no se les pone nada por delante: trabajar jornadas infinitas, llegar a casa y hacer las tareas del hogar, atender a los mayores, pasar tiempo de calidad con los niños, mantenerse en forma, mimar a la pareja, salir con amigos o amigas de cena, ir de taxistas de un lado a otro de la ciudad por culpa de las diversas actividades extraescolares, asistir a las reuniones del cole, atender a los whatsapps de los grupos de clase, del fútbol, de baloncesto etc, madrugar también los fines de semana y andar de la ceca a la meca para  llegar al maratón de partidos y competiciones de los peques, viajar los puentes, organizar fiestas, navegar por internet, inmortalizar cada instante para compartirlo en Instagram, hacer repostería en casa, planear menús saludables…No sigo porque me mareo sólo de pensarlo.

Por no hablar de los problemas verdaderamente importantes: calentamiento global, pobreza, desigualdad cruel, envejecimiento de la población, crisis económica, el poder en manos de narcisistas sin escrúpulos, superficialidad generalizada, consumismo feroz, redes sociales que nos asfixian y controlan, ausencia de valores,  el portazo a la ciencia y al conocimiento, la incapacidad de comprender lo que verdaderamente importa… 

Pero nunca creí que llegara a ver el fin de este mundo que conocíamos y que no entendía. La verdad es que no me gustaba nada. Me sentía una pieza sobrante del puzzle que todos parecían haber completado, condenada a integrarme en contra de mi voluntad. Llevábamos un ritmo trepidante, dábamos todo por hecho con una soberbia y una ignorancia supina. No fuimos capaces de divisar ese mar de fondo que se acercaba peligrosamente desde China y no pudimos alejarnos de la playa a tiempo. El oleaje nos sorprendió y arrastró a muchos mar adentro. El resto debemos mantener la calma, flotar, no intentar nadar contracorriente. El viento y el oleaje se han confabulado, lanzando sus flechas en la misma dirección: la mar combinada favorece que las olas lleguen con más fuerza. 

Por eso es la hora de los valientes, de los aplausos, de los héroes visibles e invisibles, de  la reflexión, del sosiego, del silencio, de la búsqueda de nuestro verano invencible, de la paciencia, de los pequeños detalles, de la familia y del hogar, del triunfo merecido de la razón y de los sabios, de la humildad, de los abrazos de palabras, de las lecciones por aprender… Una oportunidad para sobrevivir a este naufragio y recuperar la fe en la humanidad.

SEÑALES

Otra vez ha ocurrido. El destino me ha enviado una nueva señal, un augurio de buenas noticias. Algo me dice que mi suerte va a cambiar por fin.

Hace tres semanas aproximadamente, al salir al jardín por la noche para admirar las camelias rosas y blancas que estaban comenzando a florecer, algo sobrevoló mi cabeza a toda velocidad. Pensé que se trataba de un murciélago despistado. Pero no. Al cabo de un rato cuando volví con refuerzos a inspeccionar la zona comprobamos que la criatura voladora era un pajarillo que se disponía a pasar la noche en el foco que cuelga del techo del porche. Ya había ahuecado sus alas para protegerse del frío y estaba en posición de dormir (este detalle tuvo que explicármelo mi marido, adicto empedernido a los documentales de animales y experto oficial de la casa en cuestiones de flora y fauna).

Al principio no me hizo ninguna gracia que el pajarito se dispusiera a aposentarse y quedarse de okupa. Igual se le ocurría  hacer un nido y a ver qué hacíamos entonces… Era mejor ahuyentarle y cortar por lo sano esta irrupción sorpresiva en nuestro hogar antes de que fuera demasiado tarde.

Pero hacía una noche terrible de temporal. Con viento y lluvia. Era una cuestión de humanidad. No podíamos dejarle a la intemperie. Y así empezó todo.

El pajarillo volvió al día siguiente al atardecer. Y se instaló, buscando cobijo, en el mismo sitio, en la misma posición. De nuevo, un tiempo infernal. Cómo íbamos a desalojarle de allí, cómo pude siquiera planteármelo… Decidí llamarle  “Pajarín”.

La previsión meteorológica anunciaba una borrasca profunda durante toda la semana. Mi instinto maternal hizo acto de presencia y empecé a dar vueltas a la idea de prepararle una especie de casita de madera y algún recipiente con comida. Y hasta una mantita: idea peregrina, lo sé. 

Pobre Pajarín. Tratamos de averiguar si era un gorrión o quizá un petirrojo. Pero no queríamos asustarle abriendo la puerta corredera de cristal o encendiendo la luz. Así que desde ese día instauramos el ritual de la linterna: con mucho cuidado, para no deslumbrarle, le enfocamos con una luz indirecta unos instantes para saber si ha venido.

Pudimos confirmar que es un gorrión, pero poco más sabemos de él. Aunque, sin duda, es un tipo listo y especial. O a lo mejor es una chica… quién sabe… En cualquier caso la guarida que ha elegido es perfecta, una atalaya privilegiada para divisar posibles enemigos aéreos, a salvo de intrusos terrestres y protegida de las inclemencias del clima oceánico. También es un solitario valiente, que vuela por su cuenta, lejos de su bandada. Prueba de ese carácter indómito es que no aceptó la casita de madera, ni tampoco la comida que colgamos de un cestillo amarillo de juguete. De hecho estuvo ese fin de semana sin aparecer. No sé si se fue de marcha aprovechando las buenas temperaturas y el viento en calma o se agobió con la idea de que quisiéramos capturarle. Ante la tesitura de perderle para siempre tuve que rendirme y abortar el plan, aceptando su libertad y su espíritu independiente. El mismo día que quitamos todo el atrezzo habitacional volvió.

He de confesar que nunca he sentido la necesidad de tener una mascota. De hecho las criaturas de cuatro patas me dan tanto miedo como las de dos. Pero ahora, desde que apareció en nuestra vida, me sorprendo a mí misma yendo a comprobar cada tarde si Pajarín ha venido o si se fue a primera hora de la mañana. Y en cuanto le veo doy la voz de aviso a toda la familia… “Ya está Pajarínnnnnn”

De pronto se ha convertido en un motivo de preocupación. La vida en la naturaleza es muy dura. Quien sabe si sobrevivirá y volverá al anochecer…

Desde el día que vino pensé en el libro de El Principito. Pajarín me está domesticando, empiezo a esperarle mucho antes de que oscurezca. Y me alegra la existencia saber que otra noche más vuelve a elegir nuestra casa para dormir. Es un gorrioncillo igual a mil otros pero le he adoptado, respetando la distancia que nos ha impuesto, y para mí es único en el mundo. 

Y aquí estoy. Estudiando ornitología por culpa de Pajarín para intentar conocerle mejor. Y rompiéndome la cabeza para buscar una explicación lógica a esta casualidad.

Mis fuentes no son muy científicas, la verdad. Pero he sabido que el gorrión era la mascota de Afrodita y que en la Antigua Gran Bretaña era el símbolo de los espíritus del hogar acogedor y hospitalario.

Al parecer el gorrión es un tótem que ayuda a abrir los ojos a nuestro propio valor, inculca la dignidad y la autonomía y habla de pensamientos e ideales, de volar ligeros, sin lastres. Te señala que es el momento de cantar tu canción, recordándote que no siempre las cosas grandes son las que más se notan. También hace invisibles a quienes protege, camuflándoles para enfrentar los peligros de la vida

He leído en Internet que si un tótem gorrión ha entrado en tu vida debes preguntarte si te has olvidado de ti mismo y si tienes hundida tu propia autoestima.

Parece que Pajarín ha venido a decirme en silencio muchas cosas que necesitaba oir.

Y yo estoy aprendiendo a escucharle…

Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma” (Julio Cortázar)

BUCEANDO POR LA MENTE Y POR EL CORAZÓN

Al pensar en la palabra Educación me vienen a la cabeza los versos de uno de mis poemas favoritos… 

“Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de tí.
Perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar
de tí tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú

en su busca vendrás, a lo alto…”

Por supuesto Pedro Salinas no se refería a la relación educador-educando pero, sin duda, en el proceso de instrucción y enseñanza es fundamental la conexión entre los implicados y la formación y vocación del docente para conseguir sacar a la luz las cualidades, destrezas, habilidades y talentos del alumno y para provocar a la vez su interés e ilusión por saber así como una admiración incondicional. Una ardua pero maravillosa tarea. 

Fue un alivio leer las opiniones en este sentido de Inger Enkvist, profesora y pedagoga sueca, defendiendo que la escuela es un sitio para aprender a pensar sobre la base de los datos, en el que existen reglas, es necesario el esfuerzo y el orden y el maestro es la autoridad que hay que respetar tanto como a los compañeros. Pensaba que no había voces autorizadas que se atrevieran a poner en cuestión la pedagogía moderna de un modo tan claro. Y no es que yo esté en contra de nuevas metodologías y avances tecnológicos. Ni mucho menos. Pero tampoco creo que haya que hacer “tabula rasa” y despreciar cualquier sistema que suene a tradicional. Seguramente en un punto medio se encuentre la solución, la piedra filosofal que nos catapulte a los primeros puestos del famoso informe Pisa.

El tema de la Educación es una de las asignaturas pendientes de nuestro país, lo cual es una lástima porque se trata de una materia troncal para la sociedad. El sistema educativo y el papel que otorga el Estado a sus profesores son su carta de presentación y su “marca” más valiosa.

Podemos perdernos en debates sobre enseñanza pública o concertada, religión sí o no, uso de las tecnologías, proyectos cooperativos, falta de medios de todo tipo, bilingüismo o plurilingüismo, diversidad, integración e inclusión de alumnos con discapacidad o capacidades diferentes y un largo etcétera de temas necesarios e importantísimos.

Pero no podemos olvidar la esencia: los sujetos activo y pasivo del verbo educar. Y tratar de conseguir que el educador se suba a la mesa “para recordar que hay que mirar las cosas de un modo diferente” como hacía el entrañable profesor de “El club de los poetas muertos” y que el alumno llegue cada día al colegio en condiciones óptimas para estudiar y formarse, le respete y se deje llevar de su mano para poder volar más tarde solo.

Como madre la educación de mis hijos es un reto diario, una de las labores de Penélope que nunca se acaba y que me desespera en muchas, muchísimas ocasiones. No pretendo que un colegio ni el propio Estado asuma mi responsabilidad. Sólo que caminemos juntos en la misma dirección. Que los niños entiendan que el esfuerzo tiene siempre recompensa, que la excelencia es un hábito, que el conocimiento nos hace libres, que los valores son el norte que debe guiar sus pasos y que, en definitiva, la educación es nuestro mejor traje para andar por el mundo. Que, en esta hora de los mediocres, no les corten las alas a los alumnos brillantes para obligarles a planear a la misma altura que el resto y les permitan llegar tan lejos como sus sueños y conquistar el cielo, cualquiera que sea; sin dejar de atender por otro lado a los que necesitan algún empujón para despegar y mantenerse en el aire a velocidad de crucero. Que se dignifique y reconozca la tarea del profesor porque muchos de ellos han marcado nuestras vidas para bien o para mal. Aunque no lo sepamos.

“Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”.
Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz.

¡PAREN EL MUNDO QUE ME QUIERO BAJAR!

Confieso que comencé este viaje de forma un poco precipitada, sin apenas equipaje, sin valorar detenidamente los pros y los contras, sin destino cierto, y, lo que es aún más grave, sin tener ni idea de navegar…

Y es que hay decisiones intranscendentes a las que dedico horas de meditación y otras verdaderamente esenciales que tomo al instante, siguiendo un impulso irrefrenable. Así soy yo y mis contradicciones. Me lanzo como una loca y que salga el sol por donde quiera. Casi nunca me preocupo de colocar una red que amortigüe la caída y el batacazo es colosal.  Pero hay ocasiones en las que logro realizar una pirueta en el aire de forma improvisada y caigo de pie contra todo pronóstico, lo que me anima a arriesgar la próxima vez.

Otra de esas aventuras emprendidas de forma impetuosa e irreflexiva fue la de ser madre. Y no contenta con el paquete básico, que hubiera sido más que suficiente, me apunté sin dudarlo a la excursión opcional de deporte extremo conocida como familia numerosa.

Así, sin preparación física ni mental, sin plan previo de prevención de riesgos, sin experiencia de ningún tipo (soy hija única y nunca fui canguro, ni siquiera un ratito), sin supervisión por ningún profesional cualificado, a excepción del pediatra en los momentos más críticos, y con un índice de supervivencia primitiva de suspenso bajo nos encontramos después de 4 años y tres meses con tres criaturas que atender a tiempo completo. Una auténtica insensatez.

Toda la culpa fue de las películas americanas que me llenaron la cabeza de pájaros. Deberían prohibirlas o incluir una advertencia al final aclarando que la realidad no tiene NADA que ver con la ficción. Creí ingenuamente que todo sería fácil y divertido, una fiesta continua de risas, mimos y simpáticas travesuras. Por supuesto que no se me ocurrió pensar, ni siquiera imaginar, en ningún momento cuestiones de índole práctica como avituallamiento, logística, desplazamientos o protocolo de emergencias (nuestra previsión únicamente consistió en comprar un monovolumen gigante y un nuevo chasis gemelar para colocar capazo y silla, lo cual fue de todo punto insuficiente). Hemos tenido que improvisar una vez más.

Como en cualquier actividad de riesgo las emociones han sido muy intensas y variadas. La real o aparente peligrosidad y las condiciones adversas que van surgiendo te llevan a vivir en una especie de montaña rusa anímica agotadora. No sé cuanta adrenalina he podido segregar en estos años de alerta permanente. Muchas veces he creído estar a punto de sufrir un infarto, pero no, el corazón aguanta el ritmo por el momento. Hay días en que he querido gritar como Mafalda ¡PAREN EL MUNDO QUE ME QUIERO BAJAR!”.  Pero esta aventura no tiene final ni vuelta atrás y hay que intentar sobrellevar la presión. Ha habido sonrisas, lágrimas, treguas, enfados, noches en vela, celebraciones, sacrificios, recompensas, besos, castigos, sorpresas, rutinas, cansancio, energía…de todo un poco, incluso en la misma jornada. Hemos subido montañas, y superado mil cimas,  surfeado aguas procelosas y salido a flote siempre de una u otra manera, saltado al vacío y resultado ilesos o con alguna herida de guerra y nos hemos adentrado en cuevas oscuras en las que tuvimos que buscar desesperadamente la luz.

Después de todo este tiempo de práctica sigo siendo una aprendiz. Nunca llegas a dominar el arte de ser madre, ni siquiera el nivel amateur.  Aún tengo muchas habilidades y estrategias que perfeccionar. El entrenamiento es muy duro pero cuento con tres preparadores personales de excepción que me exigen dar lo mejor de mí cada día y no me dan un respiro. Me están enseñando a crecer y a mirar el mundo con sus ojos de niño. No es una tarea fácil. Ahora me doy cuenta de lo inmadura que era antes de conocerles.

Recuerdo que al principio tenía dudas de todo. Y miedo de hacerlo mal. Escuchaba las charlas magistrales de otras madres en el parque sobre purés, pañales, horarios de baño, rutina de sueño, juegos, rabietas y demás temas infantiles  y me sentía abrumada y perdida. Cómo podían hablar con tanta autoridad… Y tan largo y tendido sobre cualquier cuestión. Temía ser la peor madre y tener que cargar para siempre con las consecuencias futuras de mi irresponsabilidad. Con el tiempo fui adquiriendo confianza en mí misma y dejaron de intimidarme ese tipo de conversaciones. Apuntaba mentalmente los datos que me parecían interesantes y compatibles con mis aptitudes y rebatía en silencio las afirmaciones con las que no estaba de acuerdo o desconectaba sin más. Mis pobres conejillos de Indias iban creciendo y llevando a cabo sus funciones vitales con relativa normalidad y eso me tranquilizaba en cierta medida.

Confieso que cuando nacieron su padre me advirtió que esto sería la guerra, que eran tres contra dos y que debía educarles manu militari porque si no se apoderarían de mí. Pero no le hice caso. Nunca pude plantear nuestra relación como una contienda bélica aunque en muchas ocasiones haya ardido Troya en ambos bandos. La disciplina militar me hubiera sido de gran ayuda, lo reconozco, pero no tengo el carácter apropiado para imponerla. Soy más de razonar y de dialogar, de preguntarles su opinión y de intentar adaptarme a las singularidades de cada uno. Resumiendo, que he criado a tres hijos únicos y que en el pecado llevo la penitencia. No me arrepiento. Y lo asumo. Ser madre ya forma parte de mi ADN sin remedio. La preocupación y los contratiempos son mi pan de cada día, los planes aplazados mi espejismo de tiempos mejores y los altibajos que me llevan a volar o a arrastrarme por el suelo mi caos particular. Ya os seguiré contando mis tribulaciones, que son muchas…

La línea infinita del horizonte

La vida es una sucesión de encuentros casuales, a veces desafortunados, otras extraordinarios, y de despedidas casi siempre dolorosas.

Los caprichos del azar colocan en el camino a personas que nos acompañan fielmente durante un trayecto más o menos largo, acompasando su paso al nuestro, como si nos conociéramos desde siempre, sin importar las circunstancias que atravesemos ni la climatología adversa o favorable.

Otras son apariciones fulgurantes que nos deslumbran y se desvanecen dejando una huella indeleble o una profunda decepción, tal es el impacto que provocan en nuestra existencia.

En el rincón gris de la indiferencia permanecen aquellos apenas conocidos que forman parte de nuestro paisaje. No molestan. Tampoco nos inspiran un afecto especial ni filias ni fobias, ni sentimientos memorables. 

Pero, en ocasiones, los dados del destino nos castigan y nos llevan a una de las peores casillas del tablero: La de las personas indeseables, auténticas depredadoras que pretenderán arrastrarnos, obligándonos a deshacer lo andado o a desviarnos hacia una vereda tortuosa para abandonarnos a la intemperie una vez conseguido su propósito, cualquiera que fuera. Estos encuentros absorben nuestra energía, desgastan nuestra mente que se empeña inútilmente en buscar respuestas y nos dejan con el corazón temblando y la confianza maltrecha hasta que logramos sobreponernos y reubicar a estos individuos en el territorio plomizo de la apatía, de donde no deben salir nunca más.

Las despedidas nos producen una mezcla de sensaciones extrañas con efectos insospechados. Salvo excepciones, ni la religión ni la ciencia  han conseguido prepararnos para soportar la pérdida de un ser querido. Ni siquiera para afrontar de forma plenamente consciente nuestra propia partida, inminente o futurible. A fin de cuentas la famosa “Ley de Vida” no es más que una Ley de Murphy de perogrullo que repetimos sin reparar en su significado. Nunca decimos adiós del todo. Las ausencias están presentes en nuestro recuerdo y en nuestros actos aun de forma instintiva.

Separarse de alguien nunca es fácil. Aunque se trate de una decisión meditada, aunque sea lo mejor indiscutiblemente, aunque el que se aleja nos haya hecho sufrir, aunque hablemos de una crónica de una despedida anunciada…También hay hasta luegos que esconden cobardemente un hasta siempre y rupturas definitivas que resultan no serlo después de todo. De vez en cuando son despedidas acordadas civilizadamente, con deseos recíprocos, ciertos o falsos, de paz y buena suerte. Otras son terremotos violentos con destrozos y damnificados en ambos lados. También hay adioses forzosos y drásticos, sin margen de maniobra, sin culpa de nadie…El abanico continúa  con los cambios de rumbo que vamos tomando. Pese a guiarnos con la misma brújula crecemos y alzamos el vuelo, abandonando a los que no saben o no quieren seguirnos. Y, por último: la inercia de los acontecimientos, esa propiedad de los cuerpos subestimada pero a tener en cuenta en cualquier cálculo de movimientos y giros.

Sin embargo hay desencuentros que suponen un alivio, una recuperación de la paz perdida y de la alegría de vivir. Otros nos duelen en diferido, más de lo que en un principio hubiéramos pensado…Sea como fuere, todas las despedidas se llevan un trozo de nuestro ser y nos dejan un vacío. 

En mi contabilidad particular de encuentros y despedidas hay un saldo razonablemente favorable. Tal vez sea porque “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, como dice García Márquez. Pero lo cierto es que la lista de encuentros que iluminan mi memoria compensan las despedidas que nunca hubiera querido afrontar y me siento agradecida incluso por los choques violentos que me hicieron descarrilar, por los tropiezos a causa de palos en la rueda y por los finales trágicos porque gracias a ellos aprendí a caer y a levantarme  y pude construir este barco desde el que escribo. Después de intentar camuflarme sin lograrlo en el territorio ajeno de los grises, continúo el viaje con ánimo y determinación deseando que la estela de este barco propicie nuevos encuentros del alma con trotamundos audaces y tatuajes de luz en nuestra piel.  

Me despido mirando la línea perfecta e infinita del horizonte que separa el cielo y el mar mientras recuerdo unas palabras de M. Benedetti… “Que llegue quien tenga que llegar, que se vaya quien tenga que ir, que duela lo que tenga que doler…que pase lo que tenga que pasar”.

 

Feliz y Blanca Navidad

Es evidente que estamos hechos de una pasta especial indisoluble e inmune a las desgracias y males ajenos. Sólo así se entiende esta capacidad natural de sobreponernos e incluso de ser razonablemente felices a pesar de todo. Saramago decía que “estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”…

Muchas veces me he preguntado acerca de la posibilidad de ser feliz en un mundo donde una parte considerable de la población sufre por diversos motivos y donde todo tipo de calamidades se suceden cada día. Y a pesar de ello me invaden instantes de felicidad. Tampoco comprendo cómo puedo enredarme y perderme en trivialidades y pequeños contratiempos cotidianos, a los que dedico gran parte de mi tiempo y preocupación, a sabiendas de su insignificancia en comparación con los problemas de la humanidad. Creo que es un dilema irresoluble.

Los medios de comunicación, en especial la televisión y las redes sociales por el impacto brutal de la imagen y la voz en directo, son una gran ventana con vistas que nos acercan a dramas lejanos, guerras incomprensibles, desastres ecológicos, vulneraciones flagrantes de derechos humanos, injusticias insoportables…al DOLOR en definitiva de personas que han tenido la mala suerte de nacer o pasar por allí. Son llamadas de atención que agitan nuestras conciencias y que logran sacarnos durante unos instantes de nuestra piel. Pero una especie de instinto de supervivencia acude a nuestro rescate y nos devuelve la miopía innata que nos impide ver más allá de nuestras cuatro paredes y la sordina perdida para bajar el volumen de la aflicción del otro, dejándonos anestesiados de nuevo para seguir viviendo como siguen las cosas que no tienen mucho sentido que cantaba Joaquín Sabina.

En ocasiones he sentido el impulso de irme lejos, de hacer algo por los demás que diera un significado transcendente a mi vida. Admiro profundamente a aquellos valientes que abrazan una causa y la hacen suya. Pero en mi camino se cruzó alguien que, como Robert Redford en Havana me dijo “Si quieres cambiar el mundo cambia el mío” y me convenció de que mi sitio estaba aquí, donde también hay causas loables por las que luchar. Sólo hay que saber mirar y escuchar.

Ahora que la Navidad no es tan blanca por culpa del calentamiento global ni tal feliz para los que ya no somos niños por causa de las ausencias y de la complejidad absurda de las relaciones humanas, nos queda al menos esta época de tregua propicia para la reflexión, la solidaridad y la empatía con independencia de las creencias religiosas de cada cual.

Por eso aunque en este mundo al revés la corrupción de algunos dirigentes de ONG haya salpicado al resto de organizaciones honradas, poniendo en duda su encomiable labor, el crowdfunding haya sido utilizado para estafar a personas buenas con ansias de ayudar, las adopciones internacionales hayan sido, en algunos casos objeto de tráfico de dinero y sentimientos por parte de entidades amparadas por organismos públicos, el voluntariado se compute como créditos en la universidad y como mérito en el curriculum, las empresas implanten diversas iniciativas solidarias a costa de sus empleados para conseguir una bonita foto de responsabilidad social corporativa, la conciencia social y el reciclaje de productos y residuos sirvan para el lucro de unos pocos, las donaciones desgraven y las buenas acciones se publiquen en Instagram me gustaría pedir un deseo para este año que comienza:

Que el altruismo no pase de moda y que el dolor y la injusticia nunca nos sean indiferentes, aunque sólo sea durante momentos fugaces. Porque sólo así nuestra vida tiene sentido.

Desafiando el oleaje

Cuando cumplí los cuarenta me vi arrastrada a iniciar un viaje interior siempre aplazado por el ritmo frenético de la vida en general y por mis circunstancias personales en particular. Este periplo me ha llevado a conocerme, a aceptar mis luces y mis sombras y a encontrar por fin mi lugar en este mundo que nos ha tocado transitar. Durante este trayecto trascendental he estado sumida en una especie de letargo social del que quiero despertar con urgencia. Y elijo precisamente una fecha casi mágica para mí, veinte de diciembre, confiando en que los augurios sean favorables en esta aventura y que el viento impulse mis velas.

Hasta ahora he vivido a la primera y sin preparación, como una actriz representando una obra sin ensayo, como un boceto sin cuadro como afirma Milán Kundera en su “Insoportable levedad del ser”. Pero es posible aprender sobre la marcha y cambiar de rumbo, reinventarnos una y mil veces igual que cada día sale el sol después de la oscuridad de la noche.

Hace poco he sabido que este proceso es toda una filosofía vinculada a una técnica milenaria del lejano oriente llamada kintsugi que consiste en transformar objetos rotos en piezas únicas y más preciadas que exhiben sin complejos las heridas de su pasado con un método artesanal conocido como “carpintería de oro” en el que la fase final de secado es larga pero esencial ya que garantiza su perdurabilidad y consistencia.

Hoy estoy convencida de que mis errores y mis fracasos al igual que mis pequeños éxitos me han convertido en la persona que soy con mi mapa de cicatrices profundas y superficiales que me distinguen de los demás. Libre de las expectativas ajenas y de la necesidad incansable de agradar me siento más fuerte y con ánimo de navegar mar adentro, donde el destino me vaya llevando…Ojalá os animéis a acompañarme en esta travesía y me ofrezcáis una mano cuando vaya a contracorriente.

El nombre “La Pluma de Maat” es un deseo en voz alta de recuperar la confianza en la idea abstracta de justicia universal, en la verdad, el equilibrio y la armonía. En este tiempo de pan y circo en el que el ruido ensordece las palabras prudentes, los gurús demagogos manipulan a la gente, la educación ha pasado de moda, lo políticamente correcto inunda todo, los derechos y libertades retroceden bajo distintas excusas y la mediocridad vive su edad de oro es preciso el contrapeso de la pluma de Maat en el otro platillo de la balanza. Maat también guarda relación con uno de mis sueños rotos: aprobar la oposición de Judicaturas para contribuir humildemente a que la Justicia no sea tan ciega y es a la vez un recuerdo de otro anhelo hecho realidad gracias a la varita mágica de mi madrina que nos regaló una inolvidable luna de miel en Egipto.

Desde que tengo uso de razón he intentado no ver, no oír y no hablar para ser más feliz.  Los tres monitos de la felicidad (ahora más famosos por los emoticonos de WhatsApp). Pero ha sido una tarea inútil hasta la fecha. Siempre miro y escucho más de lo que me hubiera gustado percibir. También hablo con discurso discordante como si fuera una extraterrestre en un planeta hostil y me callo por educación mientras muero por poner las cosas en su sitio. Para colmo tengo una memoria de elefante así que por mucho que me afane en permanecer en estado zen los disgustos diarios están asegurados. Maldita sensibilidad.

Por eso en esta ocasión mi propósito de Año Nuevo va a ser mucho más realista: Admitiendo, por fin, que a estas alturas no puedo cambiar voy a activar todos mis sentidos y a tener siempre a mano mi pluma para compartir mis reflexiones con todos vosotros. Sin reglas, sin convenciones, sin hoja de ruta. Con la coherencia como bandera y con la intención de no permanecer indiferente como brújula para encontrar siempre el norte.