EL CARGUERO ROJO

Estrenamos el año con sol deslumbrante y un cielo completamente azul: una invitación a pasear y a admirar el océano con calma, intentando descubrir algún delfín entre la espuma blanca y fantaseando con las historias y esperanzas que se alejaron de la costa buscando un final feliz, o, al menos, otro final distinto al que aquí les aguardaba.

Estaba absorta en estos pensamientos cuando, de pronto, a lo lejos, entre la bruma, distinguí un carguero rojo pintado con la técnica del sfumato en el cuadro perfecto del horizonte. Y me pareció un buen presagio.

Ya sé que es una rareza mía interpretar sucesos poco extraordinarios como señales inequívocas de buenas o malas noticias. Quizás la culpable de esta imaginación desbordante siempre dispuesta a volar sea la lectura de tantas novelas de realismo mágico. No sé…pero no lo puedo evitar. Una cigüeña volando hasta el nido, una tormenta de rayos fantasmagóricos, granizo el día de las Nieves (5 de agosto) cubriendo el paisaje con un manto blanco, un zorro que me mira desde la acera mientras conduzco, la picadura de una abeja negra, una rata muerta en el jardín de al lado, soñar que comía agujas de coser, el hallazgo casual de un olvidado papiro de la Pluma de Maat… todo son guiños que me dedica la naturaleza o el azar.

Lo cierto es que la visión del petrolero me animó a no rendirme tras mi último batacazo y a intentar buscar otro confín. Sabía que era prácticamente imposible ganar un premio literario con mi primera novela. Me había mentalizado durante meses como un marine con todo tipo de argumentos y entrenamientos lógicos y realistas. Probaría por si sonaba la flauta de causalidad, nada más. Pero aún así cuando publicaron el nombre de la ganadora y de la finalista me quedé chafada, para qué negarlo. Soy una ilusa, siempre lo he sido. Cómo pude creer que existía siquiera una posibilidad remota de competir con escritores consagrados, con contactos en el mundo literario y activistas reconocidos en diversas causas justas… En balde había diseñado mentalmente la portada, redactado el texto de la contraportada y de la hipotética solapa y buscado con mimo las palabras precisas de la dedicatoria… Lo dicho: un caso perdido.

En las bases del concurso se establecía que el autor debía enviar una nota biobibliográfica. Estuve un día entero pensando qué escribir sobre mí…Es muy difícil resumir tu vida en unas frases y reflejar en ellas tu verdadera personalidad.

Después de mi presentación personal: «Nací en … el  .… Viví mi infancia y parte de mi juventud en …, donde cursé EGB, BUP y COU a la vez que asistía a clases de solfeo y piano y perfeccionaba el inglés con cursos y estancias en Inglaterra…«, seguí mezclando hechos con deseos e intereses: «Desde niña quise estudiar Derecho en la Universidad de… De esa época, además de la libertad recién estrenada y de la ingenuidad de mi mirada, recuerdo especialmente el Curso de Derecho Comunitario de la «Cátedra Jean Monnet» que me permitió apenas vislumbrar la magnitud y complejidad del proyecto de una Europa unida así como las clases de Derecho Penal que abrieron mi mente y formaron mi conciencia. Quizá por ello, junto con la idea de contribuir a que la Justicia deje de tener una venda en los ojos y sea igual para todos, decidí preparar la oposición a Judicaturas. No aprobé y ése es uno de mis sueños rotos. No obstante trabajé durante un tiempo como Jueza Sustituta y tuve la ocasión de comprobar cómo la teoría aprendida durante tantos años poco o nada tenía que ver con la realidad.

Enamorarme de mi marido y ser madre de tres hijos han sido mis mayores éxitos en la vida y la causa de aparcar temporalmente mi vida profesional y tomar un camino secundario que me permitiera dedicarles más tiempo y atención.

El destino nos trajo al norte, a …, ciudad en la que vivimos desde hace 18 años y donde hemos inventado nuestro sitio junto al mar.

Posteriormente decidí ampliar mis conocimientos jurídicos con la intención de cambiar de rumbo y reciclarme, realizando en la Universidad, los cursos de Doctorado en Derechos y Libertades Públicas, el Curso de Adaptación Pedagógica y un Máster en Asesoramiento Jurídico Empresarial, en el que elegí la especialidad de Derecho Medioambiental. 

Las prácticas del Máster en la Asesoría Jurídica de un periódico me acercaron al mundo del Periodismo y de la Publicidad, experiencia de la que aprendí conocimientos y habilidades y gracias a la que comprobé la energía desbordante y el entusiasmo que traen los nuevos retos.

Cuando cumplí los cuarenta me vi arrastrada a iniciar un viaje interior siempre aplazado por el ritmo frenético de la vida en general y por mis circunstancias personales en particular. Este periplo me ha llevado a conocerme, a aceptar mis luces y mis sombras y a encontrar por fin un lugar en este mundo que nos ha tocado habitar.

No concibo la vida sin la elocuencia de las palabras y sin la emoción de la escritura, mi forma de expresión favorita. Traspasar la puerta que separa al lector consumado del escritor novato ha sido un tránsito apasionante, humilde y firme a la vez.

Recientemente he creado un Blog: ”www.laplumademaat.com» sin otra pretensión que compartir mis reflexiones con quien se sienta una nota discordante, un extraterrestre en un planeta hostil donde el pan y el circo imponen la tiranía de la mediocridad y apagan la luz de la razón.«

Me quedé bastante contenta con el resultado. Mi hija me dijo que ella me daría el premio sólo por la lectura de la presentación. Pero, claro, no es nada objetiva…

O quizás nadie llegó nunca a leerla… no sé qué pensar.

Hay otros mares y otros puertos.  Sólo tengo que seguir al carguero rojo que se pierde entre las olas. Y eso es lo que haré…

"Somos lo que soñamos ser
Y ese sueño, no es tanto una meta
Como una energía
Cada día es una crisálida

Cada día alumbra una metamorfosis
Caemos, nos levantamos
Cada día la vida empieza de nuevo
La vida es un acto de resistencia y de reexistencia ...” 

  (Manuel Rivas)



RUIDO

Una vez más sobrevivimos a la Navidad. Como decía aquel antiguo meme de whatsapp, se acabó por fin el simulacro colectivo de paz y amor y volvimos a ponernos el cuchillo entre los dientes y a gritar el habitual “sálvese quien pueda”. Ya se apagaron las luces, se recogieron los nacimientos napolitanos expuestos por todo el país, guardamos el árbol ecológico y, sin darnos cuenta, dejamos de escuchar villancicos en los Centros Comerciales e incluso en el súpermercado, después del asedio sin tregua desde el mes de octubre. Y llegó también el momento temido de tomar medidas drásticas para quemar el exceso de grasas, dulces, alcohol… Todo en esta vida tiene su cara y su cruz…

Pero este año la sirena que anuncia el fin de esta ilusión óptica navideña sonó antes de tiempo. De forma inesperada un ruido ensordecedor inundó el Congreso de los Diputados durante el debate de investidura, adelantándose a la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Mucho, mucho ruido. Tanto ruido que era imposible explicar a mis hijos lo que estaba ocurriendo. Diputados que miraban sin disimulo el móvil y hablaban por redes sociales, alguno que leía con descaro un libro, otros de charla animada con su colega de al lado, muchos que no escuchaban, varios que interrumpían el discurso del contrario de todas las maneras posibles llegando incluso a exhibir panfletos, a proferir insultos y a gritar directamente, haciendo caso omiso a las llamadas de atención de la presidenta, algún grupito que abandonaba el hemiciclo cuando no estaba de acuerdo con el orador, uno que daba ostensiblemente la espalda al estrado para hacer constar su rechazo al grupo político que estaba en uso de la palabra…Todo ello durante su jornada laboral en el desempeño de una función que consiste en representar al resto de ciudadanos que les hemos votado para ese fin y sin importarles lo más mínimo que su comportamiento estuviera siendo retransmitido en directo (y previsiblemente con un elevado índice de audiencia) para todos los votantes en cuestión. Un panorama desolador.

En cualquier otro trabajo estas conductas serían causa de sanción disciplinaria e incluso despido. Y por mucho menos a un alumno de Primaria (no hablemos de Secundaria o de la Universidad) en su cole le habrían requisado de inmediato el móvil o el dispositivo electrónico de turno, avisando a continuación a sus padres, y además le habrían castigado convenientemente por varias faltas graves y muy graves conforme al reglamento interno de convivencia.

Por favor, un poquito de educación. Que aunque ahora los niños estudien en inglés el tema de la forma de Gobierno y la división de Poderes para intentar subirnos al tren de la modernidad que circula en ese idioma, estas cosas ponen en evidencia una imagen de país poco vanguardista y nada edificante. El ejemplo de estos señores es nefasto. Igual no se han enterado que ahora desde las aulas de Infantil se trabaja en equipo para preparar a los pequeños a ayudarse, respetarse y tolerarse, como deberán hacer cuando sean adultos en el desempeño de su profesión. Y en los equipos no suelen coincidir los amiguitos, sino niños con diferentes habilidades y a veces con caracteres e intereses muy diversos para favorecer la integración y el aprendizaje de escuchar, ceder, aportar, compartir y esforzarse para lograr un objetivo final.

Pero volviendo al tema de la Navidad… Dejando a un lado las desgracias ocurridas en el mundo durante 2019, que ya de por sí serían motivo más que suficiente para haber caído en una profunda depresión y gracias a ese don natural del egoísmo de la clase humana muy útil para sobrevivir pese a todo, después de un estudio exhaustivo de mi balance personal de alegrías y tristezas de estos doce meses, la verdad es que me alegro de que acabara. Definitivamente no fue un año memorable.

Comenzando por las cosas buenas: terminé mi primera novela, me atreví a escribir dos cuentos infantiles, combatí injusticias propias y ajenas con todas mis fuerzas, viví sorpresas agradables y momentos felices, encontré la paz en los mares del sur y conocí y  me rodeé de personas que merecen la pena.

Sin entrar en detalles innecesarios, las cosas malas pesaron más en mi cómputo anual y desequilibraron la balanza hacia el lado del descontento y el desánimo: decepciones profundas, problemillas de salud, desencuentros, disputas absurdas, distancias que duelen, sufrimiento de gente cercana, impotencia, desilusión.  Otro año en que los de siempre siguen ganando la partida porque el mundo está hecho a su medida.

Pese a todo tengo esperanzas en el 2020. Y también tengo propósitos y sueños por cumplir. Estos días he planeado nuevas tácticas y estrategias. Para seguir el viaje contra viento y marea. Porque como dice F. Pessoa:

"De todo, quedaron tres cosas: 
la certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,
hacer de la caída, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente,
de la búsqueda... un encuentro.”


Shallow

Hoy hace un año que comencé un viaje mar adentro, desafiando el oleaje “sin timón ni timonel” para perseguir el sueño de escribir palabras que alguien pudiera atrapar al vuelo.

Maat es la estrella que guía a mi corazón viajero cuando toca las nubes y también cuando se sumerge en la profundidad del océano.

Y yo que siempre he sido un pez de ciudad, debo reconocer que soy feliz navegando ligera de equipaje, sin más planes ni rumbo que seguir hacia el norte, donde el mar me lleve, como uno de esos cargueros rojos que rompen el horizonte.

Hoy voy a robarle a mi hija su voz. No se me ocurre mejor homenaje a este año de travesía:

A mamá.

Porque siempre eres tú.

Otro aniversario más.

En el que me acompañas a estar sola,

me acompañas al silencio,

de charlar sin las palabras,

de saber que estás ahí y yo a tu lado.

Sigue nadando a contracorriente conmigo

Al fin y al cabo nadie dijo que ser la nota discordante y divergente fuese fácil. 

Gracias por enseñarme a luchar y estar preparada para la guerra que es la vida.

A navegar con viento en contra, sin timón, desafiando al oleaje, contra todo pronóstico consiguiendo llegar todas las veces a puerto ya que siempre había una isla para resguardarse de la tempestad, y eras tú. 

Por demostrarme lo que es querer a alguien incondicionalmente y de verdad.

Por reír y llorar conmigo cuando más falta me hacía y entenderme como nadie.

Por ser mi ejemplo a seguir y hacer la tristeza más pasajera. Las cosas bonitas no lo son tanto si no las comparto contigo. Mis logros son los tuyos y yo soy quien soy por ti.

No tengo sueños rotos porque me ayudas a coserlos y remendarlos haciéndolos posibles. 

No le quites años a tu vida, y ponle vida a los años, que es mejor, aunque es inevitable el deseo de pasear por la calle Melancolía, hazlo de mi mano y contándome viejas historias casi olvidadas que aguardan a volver a salir a la luz de entre tus recuerdos.

Se cumple otro año en el que combates las injusticias y tratas de equilibrar la inestable balanza del bien y el mal de la sociedad. En el que aportas otra perspectiva a la rutina y cambias el color de mis días. En el que haces mi vida más feliz.

Feliz cumpleaños, mamá. Déjame decirte que te quiero, en todos los tiempos y modos del verbo, no como lo dicen tantos, no por presumir de poeta, solo quiero recordártelo.

Y, por último:

Tell me something girl, are you happy in this modern world?«

LA SOLEDAD

Horizonte

Aunque no puedo estar más de acuerdo con la afirmación de Nietzsche de que ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo, tengo que reconocer que, a veces, es muy duro huir hacia adelante en solitario y ponerse el mundo por montera.

El otro día, mientras echaba un vistazo con mi hijo pequeño al tema de Inglés y repasábamos la construcción del futuro simple, surgió una conversación muy interesante. (Desde que soy madre me encanta ver el mundo desde los ojos de los niños, situarme en su perspectiva, siempre certera y original. Y recordar la niña que fui hace ya tantos años y mis propias inquietudes y  argumentos apabullantemente lógicos y sencillos. A menudo aprendo de ellos más que de muchos adultos…la pena es no tener a mano una libreta para anotar cada una de sus ocurrencias sublimes y de sus sentencias irrebatibles.)

Pues bien, uno de los ejercicios que debía hacer consistía en echar a volar su imaginación para responder varias preguntas sobre cómo sería su vida en 2050. Con una seguridad aplastante mi pequeño de 11 añitos contestó que estaría casado. Que ya tenía decidido que la boda sería en la catedral de Santiago de Compostela (lo cual me dejó pasmada porque ni siquiera vivimos allí) y que la celebración posterior sería justo al lado, cerquita, en el Parador de los Reyes Católicos (debió gustarle cuando estuvimos sentados en la terraza, tomando un café este verano, es la única explicación que se me ocurre). Contagiada por tanto despropósito le pregunté si quería que le ayudara con los preparativos y la organización del evento. Su respuesta fue inesperada y genial y me llevó de vuelta a la realidad: -“Mami, eso habrá que preguntárselo a mi novia, a ver si le parece bien, si ella quiere pues entonces sí”. Acerté a decirle-“Claro, hijo, así tiene que ser”.

Y siguió con su rollo: que tendría dos hijos, que no sabía en qué iba a trabajar, aunque esperaba no tener que hacerlo (se ve que ya abandonó su idea de convertirse en un científico loco, según sus propias palabras), y por tanto, no tendría que desplazarse en el coche volador que aparecía en la ilustración del tema. Nada sorprendente: es un poco “vaguete” y vivir del cuento resulta una aspiración coherente con su actitud vital.

Lo mejor vino con la pregunta sobre qué amigos tendría y cómo se comunicaría con ellos. Ni corto ni perezoso dijo de inmediato que no tendría amigos, que sería padre y no tendría tiempo. Ante mi sorpresa insistió: “¿no ves que papá no sale con amigos por ahí?”. -“Es verdad, no lo hace, pero eso no significa que no tenga amigos”- repliqué rauda y veloz.

Acorralado, se refirió a mí: “Tú tampoco sales casi, siempre estás cuidando de nosotros”.

Y añadió:- “Bueno, hablaré con mis amigos por la Play o por el móvil”. Y desapareció escaleras abajo, dispuesto a ver su programa favorito en la tele…

Y ahí me quedé yo, pensativa y perpleja. Es cierto. La soledad es peligrosa y adictiva. Como dice C. Jung, “una vez que te das cuenta de cuánta paz hay en ella no quieres lidiar con la gente”. Y aunque soy una persona sociable por naturaleza con frecuencia busco inconscientemente mi espacio en la soledad del océano. 

La última vez que fui de cena con unas amigas decidí que nunca más volvería a hacerlo. La velada fue un desastre. Dos de ellas discutieron por una auténtica tontería que resultó esconder reproches ancestrales sin resolver ni perdonar. Hubo lloros, escena de correr al baño, intentos inútiles de salvar la situación, silencios incómodos, recomposición de maquillaje, tensión en el ambiente y falso tupido velo final: un drama.

A mí se me hizo un nudo en el estómago por los nervios y no veía el momento de irme de allí corriendo. Esas situaciones me superan. También era mala suerte, para un día que me animaba a salir acabábamos como el rosario de la aurora. Pero no había llevado mi coche así que tuve que esperar. Yo creía que, después de lo ocurrido, todas, especialmente las ofensoras/ofendidas, estarían deseando retirarse y no prolongar la agonía. Pero me equivoqué. En el postre se abrazaron y acordaron ir a tomar una copa a un local cercano. Menos mal que mi choferesa tenía que madrugar y dijo que era hora de volver a casa. En ese momento la amé.

Pero todo esto es difícil de explicar a un niño. Son “mierdas” de mayores. Al cabo de un rato intenté decirle que “a veces, cuando un lazo se estrecha de más en lugar de unir corta lo que amarraba” y que por ello era conveniente mantener una distancia de seguridad y prudencia con las personas. Y también que no se preocupara, que “la verdadera amistad resiste el tiempo, la distancia y el silencio” como dice mi admirada Isabel Allende.

Pero no debí resultar muy convincente o simplemente no me escuchaba porque siguió erre que erre con que tenemos que salir más. Me temo que su preocupación no era tan sincera ni desinteresada y que tenía trampa: lo único que pretendía era jugar a la Play sin control en nuestra ausencia. Y yo rompiéndome la cabeza…

MENSAJE EN UNA BOTELLA


Aun conservo medio arrugado y un poco roto un artículo de Rosa Montero escrito en El País Semanal hace muchos años. Recuerdo que cuando lo leí me pareció una especie de biblia del desamor, un bálsamo para curar heridas y lucir una piel nueva, así que lo arranqué sin dudarlo y lo guardé como oro en paño por si venían malos tiempos. En más de una ocasión, cuando veía a alguna amiga triste y desesperada se lo prestaba: esas palabras eran sanadoras del alma, tanto si  te habían dejado de querer como si eras tú la que sentías que el amor llegaba a su fin.

Por eso me gustaría hoy escribir un mensaje en una botella y tirarlo al mar confiando que alguna mujer que esté sufriendo lo encuentre y su lectura le ayude a recordar que el sol sale cada día  tras la oscuridad de la noche. Sólo hay que abrir la ventana y dejar entrar la luz.

Cuando realicé un trabajo de investigación sobre la violencia de género dentro de los Cursos de Doctorado, allá por 2002, eran cincuenta y cuatro las víctimas muertas a manos de sus parejas al cabo del año. La estadística apenas ha cambiado a pesar de las campañas del gobierno, las medidas legislativas y la acción judicial. Algo falla, es evidente.

De momento no es posible intervenir en el preciso momento en el que un hombre decide agredir o matar a su pareja para evitar el desenlace fatal al estilo de la película Minority Report. Tal vez sea una realidad muy pronto, ahora que la tecnología avanza a una velocidad de infarto. 

Pero sí hay opciones que están ahora a nuestro alcance y que debemos valorar.

Sí, te estoy hablando a ti,  que vives en una nube, casi tocando el cielo, y crees que el control de tu novio a través del móvil, los celos posesivos, las escenas de enfado y reconciliaciones épicas con flores y promesas o sus intentos de separarte de tus amigas o de tu propia familia no son más que un prueba irrefutable de su amor eterno. Aunque no quieras escuchar ni aceptar que esto no es querer, te diré que el amor es sobre todo libertad y que tienes toda la vida por delante para descubrirlo. No pierdas el tiempo con esa relación, no te conformes, no le disculpes, escapa ahora que estás a tiempo. Hay muchos peces en el mar. Decía Gabriel García Márquez que “ninguna persona merece tus lágrimas y quien las merezca no te hará llorar¨

Y también te hablo a ti, que sigues aferrada “como un naúfrago a la orilla de la espalda” de tu verdugo. Convéncete, no va a cambiar, no va a redimirse por ti. No eres Santa Teresa de Calcuta. No te resignes, no repartas culpas. Hay otra vida sin miedo, sin peleas, sin gritos, sin violencia. El matrimonio o la vida en pareja no es una novela de terror ni una experiencia destructiva.  Pelea por ti y haz las maletas. Eres más valiente de lo que imaginas.

A ti te estoy hablando también, la que finge que todo está perfecto, con una casa preciosa, unos niños ideales y un marido de anuncio, la que presume de una familia digna del Hola mientras sufre en silencio. No vale la pena. Puedes engañar a los demás pero tú sabes que el precio es demasiado alto. Él sólo es encantador con la gente de fuera. Pero en cuanto oyes la llave en la cerradura te pones a temblar. Cualquier tontería puede ser el detonante de su ira y tus cuatro paredes de diseño se convierten en un campo de batalla. Procuras apagar el fuego, darle la razón, seguirle la corriente…pero es inútil. Te llueven insultos y golpes. A veces le plantas cara y le reprochas su actitud. Pero entonces los gritos son atronadores, los platos vuelan mientras arde Troya en la cocina y piensas qué dirán vecinos. ¿Qué estás haciendo? Estás malgastando tu vida. Tira de una vez la vaquita por el precipicio y sal de tu falsa zona de confort. Despierta de ese sueño absurdo que te ha llevado a vivir una pesadilla y comprueba que hay miles de oportunidades ahí fuera. La vida es dura e imperfecta pero es tuya y te pertenece. 

A ti, que encadenas relaciones tóxicas con tipos clónicos que terminan tratándote como a un trapo y te dejan destrozada física y psicológicamente. Quizás deberías romper de una vez esta cadena y estar sola una temporada para pensar tranquilamente de quién quieres ir de la mano en el camino que tienes por delante. Como dice G. Marx “puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota”. Pues eso mismo pasa con los maltratadores.

Quiero hablarte a ti, madre, hermana, amiga, vecina: no dejes de insistir, de hacerle ver que ella vale mucho, que no tiene que aguantar…Aunque se enfade, aunque dé un portazo, aunque no te escuche. Por favor, dile que no está sola, que cuenta contigo y conmigo. Y denuncia, si es necesario.

Me dirijo a ti, que por fin has decidido dejarle. Que te has armado de valor y lo has contado todo. Las humillaciones y los moratones también. Un buen día que el espejo te devolvió una imagen que no reconocías: una piltrafa demacrada que no se parecía ni a tu sombra. No le perdones. No vuelvas a creerle. Ya le diste muchas oportunidades. Recuérdalo. No permitas que quebrante con tu consentimiento la orden de alojamiento. No paralices el procedimiento de separación. No retires la denuncia en el Juzgado. No mires atrás. Saldrás de ésta, no tengas miedo. Mantén el paso. Hazlo por ti. Por una vez piensa en ti.

Y, por supuesto, no vuelvas a recoger tus cosas sola, ni acompañada por una amiga. La policía irá contigo. No hay que bajar la guardia, mejor ser precavida.

Te hablo a ti, que has dejado de quererle y él lo sabe. Y no lo acepta. Y te suplica “no te vayas”.  Pero has encontrado a alguien que te quiere y te hace feliz. O no. Simplemente quieres estar sola, tranquila. Y te sientes culpable porque te chantajea con suicidarse. Y así pasan los días y todo sigue igual, porque amenaza con quitarte a los niños, con amargarte la vida. No te quiere, convéncete. Si lo hiciera te daría las alas para volar. 

Me gustaría hablarte a ti, que languideces poco a poco, a ti, que tu vampiro particular te ha ido robando el tiempo y las ganas, hasta abducirte por completo con sus artes sutiles de psicópata narcisista. Ha conseguido anularte. Apenas tienes momentos de lucidez en los que intentas recordar a ese tipo encantador del que te enamoraste y te preguntas cómo pudo esfumarse el amor loco que te profesaba. Aprovecha uno de esos instantes y pide ayuda antes de que sea demasiado tarde. Ya sabes que los vampiros no soportan la luz.

Por último os hablo a todas, para que aprendamos a querernos, a tener relaciones sanas, a no permitir que nadie pisotee nuestra dignidad y a ser felices solas o en compañía. Para que enseñemos a nuestros hijos a respetar y a ser respetados y sobre todo a querer y a ser queridos. Para que exijamos a los poderes públicos que nos escuchen, que nos crean y que nos protejan de nuestros peores enemigos.

Tal vez sea necesaria una nueva asignatura. En Canarias ya es obligatoria la educación emocional en los colegios. A ver si en la península tomamos ejemplo y enseñamos a los niños a desterrar la violencia, a resolver los conflictos dialogando y a dejar de considerar al otro como a alguien de nuestra propiedad.  Como en tantos temas, la educación es fundamental, un faro encendido que nos guía en nuestra travesía y nos alumbra en los momentos de lucha contra el oleaje, en las noches oscuras del alma.

MORIR DE ÉXITO (I)


Es nuestro momento, sin duda, y tenemos que aprovecharlo.

Siempre ha habido mujeres excepcionales que se adelantaron a su tiempo y que han sido ejemplo para la posteridad por diversos motivos: reinas, científicas, artistas, políticas, escritoras, espías, misioneras, filósofas, activistas, combatientes en mil frentes…Y otras muchas heroínas en la sombra que se rebelaron valientemente en silencio y con escasos medios a su alcance contra un destino impuesto sin que la hazaña se recogiera en ningún manual de Historia.

Pero el feminismo vive en este tiempo su época dorada, al menos en lo que se llama pomposamente “primer mundo”(en el resto aún hay mucho camino que recorrer). Nadie se atreve a poner en duda que la mujer sea igual que el hombre. O incluso mejor. Si a alguien se le ocurre pronunciar un comentario con tintes machistas se le cierra la boca o se le peta el twitter de inmediato y se le obliga a retractarse y a pedir perdón por su infamia fuera de lugar. 

Ahora que somos jefas, directoras, consejeras, empresarias, ministras, presidentas, portavozas, juezas, fiscalas, generalas de los ejércitos, astronautas, capitanas, mineras, deportistas de élite, camarógrafas, bomberas, mecánicas, maquinistas, taxistas, camioneras, ingenieras, estibadoras…

Ahora que sacamos mejor nota que ellos en cualquier carrera

Ahora que nuestra valía no se cuestiona por el hecho de ser mujer (salvo por algún cavernícola desubicado)

Ahora que nos convertimos en las candidatas favoritas para promocionar en las empresas tradicionalmente de hombres sin cuota femenina

Ahora que no se celebra el desfile de Victoria Secret y las participantes en el Certamen de Miss Universo no se exhiben en bañador y ya no tendremos que mortificarnos por no poseer esas medidas de infarto ni ser tan divinas de la muerte

Ahora que hasta un partido político se llama Unidas Podemos

Ahora que el género no entiende de sexo y hemos conseguido que muchos hombres se refieran a sí mismos en femenino

Ahora que el plural ha dejado de ser tiránico e inclusivo y cualquier discurso que se precie distingue entre ellos y ellas en todas las circunstancias posibles

Ahora que lucimos estupendamente sin depilar reivindicando que el pelo es bello donde quiera que esté mientras que ellos están cada vez más preocupados  por su aspecto y dispuestos a  someterse a la esclavitud del afeitado a lo largo de toda su anatomía

Ahora que los chicos se tienen que contener sus piropos y sus groserías porque ha dejado de estar bien visto o considerarse una ocurrencia más o menos simpática y espontánea

Ahora que no tienen que cedernos el paso o el asiento porque no somos florecillas delicadas que deban ser mimadas

Ahora que es posible engordar sin que se especule en voz alta sobre un hipotético embarazo

Ahora que logramos decidir libremente ser solteras y no tener hijos sin que nadie pueda comentar  de forma condescendiente que se nos está pasando el arroz

Ahora que no salimos en ningún anuncio realizando tareas del hogar, definitivamente asumidas por el hombre moderno ni se utiliza nuestro cuerpo escultural como reclamo publicitario

Ahora que las azafatas de eventos deportivos no están obligadas a ponerse faldita corta y pueden abrigarse si hace frío

Ahora que al vencedor no le besan dos chicas guapas en la entrega del trofeo

Ahora que las niñas eligen, si lo prefieren, pantalones de uniforme para el cole

Ahora que hemos dado el pecho a nuestros bebés en el Congreso

Ahora que conjugamos constantemente el verbo empoderar

Ahora que, siendo listas y preparadas, evitamos la cárcel alegando desconocer los negocios de nuestros maridos

Ahora que salimos a la calle en manada y sin pensarlo en defensa de cualquier hermana en apuros

Ahora que el movimiento Me Too recorre el mundo

Ahora que celebramos fraternalmente el Día Internacional de la Mujer Trabajadora…

Una súplica: Por favor, no desperdiciemos esta oportunidad y perdamos el norte de nuestras reivindicaciones y argumentos. Porque la noble causa de la lucha por la igualdad puede ser utilizada para cortarnos las alas de nuestra libertad, bien supremo que tanto esfuerzo nos ha costado alcanzar. Y acabemos muriendo de éxito.

Decía Hannah Arendt que “los movimientos totalitarios usan y abusan de las libertades democráticas con el fin de abolirlas”. Yo ahí lo dejo…

                                                                                         (Continuará)

LAS NUBES GRISES

Me pregunto a quién pretendo engañar…

Pese a los buenos pronósticos e intenciones y a las condiciones favorables de la navegación, las vacaciones en mi barco nunca resultaron idílicas ni mucho menos perfectas. Además de algún abordaje intempestivo por parte del pirata de turno sin respeto por el descanso ajeno, los propios tripulantes, especialmente los pequeños grumetes, consiguen arruinar cualquier oasis soñado.

Así es la vida. No todo iba a ser sol, cielo azul, mar en calma y estado zen…Como dice mi amigo Ricardo “las nubes grises también forman parte del paisaje”.

Con perspectiva parecen anécdotas divertidas…A los niños les encanta recordarlas y se sienten orgullosos de su intervención protagonista y decisiva en esta epopeya particular.

Sus entradas triunfales en los hoteles son dignas de comedia americana de sobremesa y presagio inequívoco y negro de lo que nos espera en la estancia: subirse a las maletas de ruedas y caer mientras nos entregan las llaves de la habitación, terminar en un segundo dentro de una fuente decorativa de la recepción, tirar de una cortina y de paso mancharla de chocolate, llenarse de barro hasta las orejas de forma inexplicable en una exclusiva y silenciosa piscina de un Parador mientras nos reciben con un refresco o quedar atrapado un tierno piececillo en la misma puerta giratoria de entrada desatando en mí una fuerza insospechada de madre coraje capaz de elevarla a pulso para salvar a mi pequeño ante la lentitud del personal son algunos ejemplos ilustrativos de lo que estoy hablando.

Simplemente quieres que te trague la tierra y que nadie sepa que son de tu familia. De nada sirve advertirles previamente, amenazarles o incluso sobornarles…te ponen en evidencia sin contemplaciones y ya está. No queda más remedio que resignarse y aceptarlo: quizás es culpa tuya…no ves a nadie más dando la nota…¿¿¿Estarás educándoles bien???

Las horas de comer también son momentos peliagudos. La elegancia del restaurante es directamente proporcional a su mal comportamiento. Comprobado. Es una ley no escrita que se cumple inexorablemente. Han llegado a dormirse cual angelitos encima del plato durante la espera en una ceremoniosa y elaborada (también carísima) cena inglesa sin llegar a probar bocado, a amargar la tranquilidad del desayuno de unos complejos y misteriosos personajes de novela de Ágatha Christie, a provocar incendios en las tostadoras por su mal entendido espíritu de independencia y a corretear por los asientos de un antiguo refectorio de un convento del siglo XVI obligándome a dejar la comida a medias y a salir de allí a toda prisa antes de que nos echaran por vándalos.

El resto del tiempo… pues hay de todo, la verdad. Como los alaridos de pánico y lloros a pleno pulmón al pasar delante de unas armaduras decoradas por algún ser maquiavélico con inquietantes luces rojas a modo de ojos diabólicos destelleantes entre el casco de hierro, o el nerviosismo al atravesar el claustro para llegar a nuestra habitación después de cenar, lleno de murciélagos volando en la oscuridad (debo reconocer que en este caso estaba más que disculpado… yo me contenía de puro milagro e incluso valoré detenidamente la idea de pasar de la cena) o como el mal rato que pasé durante la visita guiada por el Monasterio de Yuste cuando llegué a pensar que iban a a destrozar el mobiliario que con tanto mimo y cuidado habían traído de Flandes hace cinco siglos los fieles servidores del Rey Carlos I de España y V de Alemania o el dolor de cabeza insoportable que me acompañó en la Semifinal del Open de Tenis de Madrid por motivos que afortunadamente olvidé pero que me llevaron a desear ser ingresada en un hospital como plan alternativo mucho más apetecible. Muchas veces me digo a mí misma que en casa estábamos mejor, que para qué se me ocurriría ir a ninguna parte. Que eso no son vacaciones ni nada que se parezca. Me estoy acordando de los momentos de angustia que vivimos cuando Zipi se perdió en una kilométrica playa de Cádiz mientras estábamos atareados construyendo un delfín de arena para darle el capricho. Y del miedo que pasamos tras el hallazgo de un escorpión en la habitación de los niños…Vaya nochecita, los cinco en nuestra cama…También de París, cuando Zape rompió de una patada la nariz de un horrible perro de diseño de material indescriptible y tuvimos que pegarla y rezar para que no nos reclamaran un dineral por los desperfectos causados. Por no hablar de aquella noche tan romántica y mágica en la que el Director del Observatorio de Jaén nos enseñaba a los huéspedes del hotel las constelaciones y varios secretos del cosmos y que terminaron por fastidiarnos: que si tenían frío (fuimos por abrigos y mantas), luego hambre (les trajimos galletas) y por último sueño (se durmieron en una tumbona de la piscina)…

No voy a mencionar el tema heridas e incidentes en Urgencias…Otro día, no quiero que estas líneas se conviertan en un auténtico drama…

Con todo, no cambio mis vacaciones por nada. Son momentos únicos e intransferibles que forman parte de nuestra imperfecta existencia familiar. Sonrisas y lágrimas. Rosas con espinas. Sol espléndido y nubes grises. La vida misma.

A fin de cuentas está de moda el Wabi-Sabi

VACACIONES

Mar en calma

Anarquía, libertad, libros, despertar sin sobresaltos, tiempo, calma, buganvillas, rayos de sol, música, caminar sin rumbo, volar a cualquier parte, siesta, imaginar otras vidas, pensamientos desordenados, familia, silencio, desconexión tecnológica y vital, espuma del mar, recuerdos de otros veranos, soledad, películas hasta las tantas, adivinar la forma de las nubes, atardeceres infinitos, caracolas, lápiz y papel en una tumbona, abandonar con bandera blanca las trincheras y los frentes abiertos…

Por fin mi barco está en medio del mar en ninguna parte. Guardé en el armario mi uniforme de invierno de súperheroína y me alejé por completo del agobio angustioso de los días previos a las vacaciones: reuniones  del colegio y de las múltiples actividades extraescolares y sus correspondientes fiestas de fin de curso (por desgracia proliferan por doquier las reuniones  por cualquier motivo y las fiestas de tirar la casa por la ventana… qué afortunados nuestros padres que no perdieron tanto tiempo y nosotros que disfrutábamos como locos con los momentos de celebración, muchísimo más escasos y auténticos: los niños de ahora están hartos de hinchables y fiestas del agua, de la espuma, de pijamas, de cumpleaños, de graduación, de despedidas varias, de disfraces, de gymkanas, de primeras comuniones, de cucuruchos de chuches, de tartas, de búsquedas de tesoros…¡Una pena!), grupos de whatsapp con distintas disculpas y misiones pero similares comentarios redundantes y pelotas, exámenes finales y pocas ganas de estudiar, orden de armarios, revisiones médicas, recopilación de gafas de bucear, gorros, chanclas y demás utensilios veraniegos, torneos agotadores de última hora, compromisos, kilómetros absurdos y desesperados de un lado para otro, búsqueda infructuosa de huecos para escribir unas líneas, cansancio acumulado, imprevistos que atender y solucionar con carácter urgente, desaires inesperados, hartazgo social…

La perspectiva desde mi atalaya marina descubre otro horizonte. El reflejo del agua que me envuelve me deslumbra y me impide ver las imágenes de una realidad lejana ahora gracias a una  bendita ilusión óptica, el sonido de las olas ensordece el ruido de todos mis miedos y mis batallas perdidas y los vientos alisios se llevan todo lo malo y me acarician el alma con suavidad. 

Esta tregua permite descubrir una vez más que nos complicamos la existencia, que vivimos en una rueda cruel que no deja de girar, que cada día es una prueba de obstáculos desde que ponemos un pie fuera de la cama, como en esos concursos de televisión que consisten en superar retos disparatados en tiempo récord (solo que aquí no hay premio al final del día ni viaje a Cancún, ni coche último modelo ni apartamento en Torrevieja: únicamente estrés y ojeras), que nuestro equipaje importante cabe en una mochila ligera, que la vida es otra cosa, que no necesitamos apenas nada para ser felices.

Sólo hay que elegir muy bien a los compañeros de viaje o atreverse de una vez por todas a una reconciliación con la soledad, dirigirse hacia un mar en calma de noches estrelladas y luna llena, a salvo de piratas, corsarios, bucaneros, filibusteros y otros navegantes en general, arriar las velas dispuesto a perder el norte, el sur, el este y el oeste sin brújula ni mapas y con una isla a mano para naufragar, dejarse abrazar por la brisa, cerrar los ojos para olvidar, flotar libre sin lastre, bucear por los sueños y recuperar la paz perdida.

السَّلاَمُ عَلَيْكُم

DIVERGENTE

«Y si se apagan las luces
Y si se enciende el infierno
Y si me siento perdido
se que tú estarás conmigo
con un beso de rescate
acompáñame a estar solo»
Ricardo Arjona

Estamos dejando de soñar. Si echamos a volar la imaginación la acrobacia termina en la mayoría de los casos en nuestro ombligo. No somos capaces de impulsarnos más allá. El horizonte se limita a la zona de confort, al territorio conocido. Los anhelos que nos mueven se traducen casi siempre en dinero, convertido ahora más que nunca en genio de la lámpara de los deseos y en llave de cualquier puerta. Todo y todos tenemos un precio. El surrealismo se impone a menudo como una realidad cierta y verificable. Hay noticias en los telediarios que parecen una inocentada. Pero no, resulta que no. El presentador no se ríe al acabar de hablar ni pasan una nota al pie comentando que se trata de una broma. Tomas aire y mueves la cabeza negando incrédulo, asimilando que el mundo está loco, que no puedes hacer nada…

Hemos desistido de la utopía. Nos conformamos con quedarnos como estamos, porque aún podría ser peor. No confiamos en nuestra capacidad de avanzar por la senda que nos trajo hasta aquí. No creemos que un mundo mejor sea posible. No somos felices a pesar del Estado de Bienestar y de los avances científicos y tecnológicos. Las novedades enseguida nos enganchan y nos esclavizan, creándonos necesidades que se vuelven adicciones en tiempo récord y nos controlan, absorbiendo la poca energía que nos queda. Las redes nos atrapan y nos obligan a estar expuestos en un continuo escaparate de atrezo. Y no nos damos cuenta de que somos la presa de un pescador anónimo que nos cenará el día menos pensado.

Es cierto que en todas las épocas han existido visionarios que previeron y anticiparon lo que iba a ocurrir varios siglos después o inventaron un mañana diferente, adelantándose incluso a las posibilidades de la ciencia. Pero ahora proliferan las distopías por doquier. Y lo que es peor: tienen muchas papeletas de materializarse en un futuro más o menos próximo. 

El presente que vivimos es desalentador: estamos destruyendo el planeta, vulnerando derechos humanos, contribuyendo a una desigual e injusta distribución de la riqueza, cronificando la pobreza, amparando la violencia, sometiéndonos a la manipulación del consumo y a la tiranía de las drogas, otorgando patente de corso a la locura de unos pocos que mueven los hilos de nuestras vidas, renunciando a la libertad aunque no lo sepamos…La yesca preparada para un gran fuego.

No es de extrañar que un buen día cualquier chispa prenda y arrase todo. Éste es precisamente el punto de partida de estas sociedades distópicas: una hecatombe terrible en forma de guerra cruenta, pandemia letal o desastre ecológico que marca un antes y un después en la vida en la tierra. 

Entonces una élite corrupta y sin escrúpulos recoge las cenizas de una humanidad perdida y articula una sociedad con una férrea división de clases donde la desigualdad es evidente e insalvable, ejerciendo un poder absoluto, despiadado y sanguinario sobre un pueblo oprimido y resignado al que despojan, sin contemplaciones, de derechos irrenunciables tan importantes como la dignidad y la propia esencia del individuo en aras de la seguridad colectiva. El recurso a los mitos clásicos o a juegos romanos como hilo conductor de la historia con un guiño a los reality shows contemporáneos y la omnipotencia de la tecnología como instrumento al servicio del mal son la guinda del pastel de estas representaciones ficticias y fatalistas.

Los únicos rayos de luz en este panorama lúgubre son la relación amorosa de  los protagonistas que les ayuda a vencer las dificultades, los valores de empatía, compasión, lealtad y hermandad que destacan frente a la apatía, egoísmo, codicia y ambición imperantes y, sobre todo, la existencia de alguien que lucha y se revela por subvertir este orden injusto y cruel.

Ese alguien es, por supuesto, altruista, inteligente y moralmente superior. Alguien que se ve obligado por las circunstancias a alzar la voz y a salir del anonimato gris de la colectividad dominada aunque eso le sitúe en el punto de mira. Alguien diferente al que, también por supuesto, intentarán doblegar y destruir. Su triunfo final representa la desaparición de esa etapa ominosa y la esperanza de que otro futuro sea posible para el planeta y sus habitantes.

Es cierto que la pertenencia a la masa nos proporciona seguridad. La fuerza del rebaño nos protege y nos da calor. Mirar hacia otro lado nos evita problemas, callar es lo más prudente.

La sociedad actual premia casi siempre al que no sobresale, al que no saca los pies del tiesto, al que no molesta, al que cede sin protestar. La envidia, la ignorancia, los complejos y sobre todo, la estupidez de los que ahora mueven el mundo son implacables con quien no se adapta a sus planes ni a sus objetivos disparatados.

Pero no por ello debemos dejar de soñar. La humanidad avanza gracias a esas personas divergentes que creen y luchan por sus ideales. Por favor, no les condenemos al ostracismo ni les cortemos la cabeza, dejémosles seguir soñando. Porque, si todo estalla un día y estos oscuros presagios terminan por hacerse realidad, serán ellos los que rescaten y nos devuelvan lo que hemos perdido por el camino…

VARADA EN LA ARENA

Playa

Llevo varios días varada en la playa como una ballena moribunda. Sin fuerza para nadar a contracorriente, fui arrastrada por las olas hasta la arena. No sé si me desorientaron los sonares de alta potencia que alteran la paz de los habitantes del mar. O tal vez fue el trueno terrible del último temporal anunciando una tormenta perfecta espectacular. Lo cierto es que desde la súper luna roja de enero no levanto cabeza. Quizás esta vez la profecía se está cumpliendo y estamos ante el fin de los tiempos…No me extrañaría a la vista de cómo anda el mundo.

Me da pereza la vida: esa sucesión de rutinas inexorables y tediosas pero cuya variación imprevista a causa de disgustos o incidentes diversos me descoloca y altera. A estas alturas el destino no suele darte sorpresas increíbles sino contratiempos y adversidades que te hacen añorar la previsible monotonía que hasta ese preciso momento te aburría y asfixiaba lentamente.

No me reconozco. He llegado a la conclusión de que no merece la pena rebelarse contra las injusticias ni luchar por los valores que siempre he defendido como abogada empedernida de las causas perdidas. Tomar esta decisión me ha sumido en un estado de abatimiento y desánimo generalizado. Mi marido me dice que esto que me ocurre se llama madurar, que he tardado mucho en aprender lo que él sabe desde los ocho años…Lo cual me deprime aún más. 

Es preferible dejar correr cualquier asunto, no alzar la voz, no hacerse notar, mirar para otro lado, en fin, “resistir” como recomendaba alguien…Porque todo fluye, nada permanece que decía Heráclito.

Reclamar tus derechos, protestar ante los atropellos, defender tus ideales, recordar las promesas, reivindicar la coherencia, quejarse de las arbitrariedades y poner en evidencia la incompetencia de tanto inepto suelto desgasta el ánimo más guerrillero y roba tiempo y salud. 

Que el trabajo se lo dan a un enchufado sin currículum en lugar de a tí que tienes dos másters y un doctorado: es lo que hay.

Que un tipo sin más mérito que haber sido novio fugaz de una famosa y exhibirse en calzoncillos y gorra como un primate en Gran Hermano VIP gana diez veces más que un científico: tenemos la tele que nos merecemos, mira otro programa o lee un libro.

Que las personas que nos representan no son las mejores preparadas, ni las más brillantes ni buscan el interés general: ya se sabe que la política es así, al menos son mejores que Trump. Si alguna vez tuviste la intención de afiliarte a un partido o de contribuir de alguna forma a servir a la sociedad: borra esa idea de tu mente; no sobrevivirías en ese ambiente.

Que vas a un concierto para pasar un rato agradable y recordar viejos y felices tiempos  y el tipo de atrás, sin ningún miedo al ridículo se dispone a “cogerse un pedo de los que hacen afición” y a bailar por el exiguo espacio entre las filas de butacas del Palacio de la Ópera tirándote el cubata en una de sus carreritas alocadas empapando tu abrigo y el respaldo del asiento de forma que tienes que estar de pie o en escorzo imposible, amargándote el rato: pues no vas a ser tú la aguafiestas, que pareces la señorita Rottenmeier cortando el rollo a la gente, con lo bien que se lo están pasando. No pensarás ir a montar el pollo al azafato o a los encargados de seguridad y terminar poniendo una queja a los organizadores del concierto, que te conozco. 

Que tus vecinos cada dos por tres escapan de sus casas a primera hora y te dejan a ti soportando toda la mañana el ruido infernal de los corta setos, podadoras y demás utensilios atronadores en sus pretenciosos aunque minúsculos jardines, lo cual ya sabes que te va a poner de mal humor además de producirte la consabida jaqueca…pues hay que estar espabilada y largarse de compras en cuanto veas la furgoneta de Jardilandia. Cómo vas a ponerte a comprobar los decibelios de semejantes artefactos para ver si superan el límite establecido por la normativa. Eso no es contaminación acústica te pongas como te pongas. Ni puedes invocar la Jurisprudencia del Tribunal de Derechos Humanos a propósito del artículo 8 CEDH (derecho al respeto de la vida privada, familiar y del domicilio). Que tienes razón, mujer, que  es muy molesto, que sí, pero no es para tanto…

Que en la guardería privada del final de la calle los padres aparcan en doble fila, sacan a sus bebés dejando la puerta del coche abierta de par en par por el lado de la carretera y hacen maniobras ilegales y peligrosas creyendo que la carretera también es de su propiedad, con absoluto desprecio al Código de Circulación y sin consideración alguna al resto de personas que vamos a esa hora a dejar a nuestros niños en el cole o al trabajo: paciencia, las prisas no son buenas consejeras. Sal antes de casa y así vas relajada. No vas a adelantar nada con tu propósito de ir a hablar con la Directora del centro para explicarle lo molesto que resulta cada día circular por ese tramo y la conveniencia de recordar a los padres que tienen varias plazas de aparcamiento a escasos metros así como una rotonda para los cambios de sentido. Y mucho menos con denunciar la situación a la Policía Local para que vengan a poner fin a este caos, como tantas veces has estado a punto de hacer.

Que tu hija va a un viaje cultural del cole con visitas programadas a museos y a lugares de interés y vuelve sin haber visto más que tiendas y centros de ocio con sus amigas, sin supervisión de ningún adulto, bajando y subiendo del metro con el conocimiento de los profesores: hay que ver el lado positivo, han llegado sanas y salvas y no ha ocurrido ninguna desgracia. Ya iremos toda la familia en otra ocasión. No es cuestión de pedir explicaciones, todos los padres están contentos, nadie comenta nada. Sólo tú que llamas indignada a un par de madres de confianza.  No vas a dar la nota, que parece que siempre andas con la escopeta cargada. Ya aprendiste la lección: para la próxima vez, no apuntes a los niños a esas excursiones, que siempre eres tú la que te empeñas en que vayan. 

Que el entrenador de fútbol, como cada año incumple sus propias normas explicadas por activa y por pasiva en la reunión de principio de curso: “esto no es un club, es un equipo de colegio y aquí venimos a aprender todos y a jugar todos, lo importante es la actitud, el esfuerzo, el comportamiento, el compañerismo, el compromiso, la asistencia a los entrenamientos, los valores, en fin, de nuestro centro etc, etc” y , como siempre, termina premiando a los niños que peor se portan pero que, a su entender, juegan mejor y contemplando a los padres que más protestan y presionan con que su hijo tiene que jugar todo el partido y además en tal o cual posición: hay que pasar… tú eres más inteligente y estás por encima de esas tonterías. Que ninguno va a ser Cristiano Ronaldo ni Leo Messi, por mucho que lo crean sus papás. Que le escribes un correo educado comentándole ciertas injusticias que ves cada día y no te contesta…Déjalo estar, no te cabrees. Olvídate de ir a hablar con el coordinador del club, con la dirección del cole y, sobre todo,  desiste de ese plan descabellado de ponerle entre las cuerdas como a Jack Nicholson en “Algunos Hombres Buenos” para que termine de confesar de una vez por todas que hace lo que le da la real gana y punto, que para eso es el entrenador y que las reuniones y los valores y todas esas paparruchas le traen al pairo.

Que tu hijo sale de clase con la huella roja en la cara de los cinco dedos de un manotazo propinado por un compañero sin venir a cuento en presencia de varios testigos y el profesor encargado de gestionar el incidente justifica al agresor con la teoría de la inflamación de la amígdala del cerebro y la ira incontrolada y el asunto se zanja  teniendo que pedir perdón tu pequeño agredido y magullado a esa bestia parda: respira y toma aire. No puedes decirle a ese profesor lo que piensas: que es un idiota y que el otro niño es un hooligan al que deberían parar los pies. Ya estuviste toda la tarde llamando «tonto» y «panoli» a tu hijo por pedirle perdón y recordándole que sólo Jesucristo puso la otra mejilla y que si no espabilaba iban a dárselas por todos los lados. Estabas dispuesta a hablar con profesor, jefe de estudios, director e Inspección de Educación si hacía falta. Porque no era la primera vez. Por la noche, cuando te desvelaste, repasaste mentalmente cuantos golpes, patadas y similares había recibido el pobre niño. Y habían sido siete por lo menos. De hecho llegaste a escribir de madrugada una carta despachándote a gusto. Menos mal que la rompiste con la luz del día y que, con la tensión de nervios, te dio un bajón y comprendiste que la salud es lo primero y que lo único que ibas a conseguir es que te diera un infarto a ti.

No sigo para no aburriros, pero la lista de trincheras abiertas es interminable…Y en realidad por causas poco importantes. Eso lo sabes. Y es lo que más te fastidia. Lidiar con problemas que no deberían existir. La educación, el respeto al prójimo y un poco de coherencia y de sentido común evitarían estos pequeños dramas cotidianos y permitirían emplear nuestras fuerzas en cuestiones más elevadas y transcendentes.

Y así estoy. Cansada de tantas batallas perdidas de antemano. Frenando cualquier impulso vital de combate. Envuelta en una mezcla peculiar de estoicismo, epicureísmo y nihilismo en los momentos más bajos. En huelga de brazos y reclamaciones caídos. Espero que esto de madurar se me pase pronto y vuelva a ser la ilusa justiciera de siempre. Que un canto de sirena me lleve de nuevo al mar y me conduzca con energías renovadas a esta feria de las vanidades de la que todos formamos parte queramos o no.